Marina de Bustos nació en Ávila en 1993. Estudia Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid.
*
El bosque despierta lentamente. En la
espesura de Galicia la vida nunca abandona a los transeúntes que saben oler,
escuchar, observar. Leyendas y seres mitológicos pícaros se disfrazan con su
entorno. Una melodía silenciosa abraza a los troncos de los árboles. El olor a
hojas húmedas danza en el aire. Cualquiera que sepa oler, escuchar, observar
sabrá leer en la atmósfera que no está solo: miles de años de antiguas
tradiciones lo acompañan. Nadie vive allí, porque las gentes de los alrededores
lo consideran encantado. Saben oír y mirar, mas no escuchar, observar. Pero
aunque los lugareños evitan vivir allí, los peregrinos no temen atravesarlo
para llegar a su destino. Sin embargo, en este momento no hay nadie que, tan
temprano, se adentre en el bosque para seguir el camino. Bueno, nadie que esté
dispuesto a oler, escuchar, observar.
Una
ramita se parte de nuevo bajo la pisada de un hombre anciano, pero él no se da
cuenta. Está demasiado absorto en sus pensamientos. No recuerda nada de su
vida, nadie a quien preguntar sobre su pasado. Desesperado de la situación en
la que se encontraba decidió emprender el peregrinaje hacia Santiago de Compostela
para pedir ayuda al Santo. Porque, sin recuerdo alguno, ¿qué razón podría haber
para su existencia? Por eso ahora se encuentra allí, en la remota Galicia,
donde termina el mundo… Aunque se ha encontrado con mucha gente que seguía la misma
ruta que él, siempre ha seguido solo su viaje, meditando sobre sí mismo y sus
recuerdos, esperando a que éstos regresen a él. Pero ya ha llegado a su destino
y su memoria sigue igual que antes. Abatido, pero no derrotado, sigue como
puede caminando sin rumbo, y sus cansados miembros responden a esa voluntad.
Los hombros caídos, la mirada perdida, la mano agarrotada.
¡Qué
curioso personaje! Las leyendas y seres mitológicos revolotean a su alrededor,
asombrados por su expresión. Pero él no se da cuenta: no puede oler, escuchar,
observar. Sus recuerdos –o la ausencia de éstos- tienen al hombre completamente
ensimismado y no se fija en su entorno. Entristecidos por este hecho, y
teniendo ganas de conseguir un nuevo druida, leyendas y seres comienzan una
asamblea ambulante alrededor del peregrino, gritando todos al mismo tiempo y a
trompicones. Siempre ha sido así, y siempre se han entendido. Al fin y al cabo,
¿qué no pueden hacer los seres mágicos?
El
anciano caminante por fin llega a un claro. Un tronco caído y cubierto de musgo
se ofrece de asiento para el cansado cuerpo del hombre. Con cuidado se sienta y
coge aliento. No se ha fijado hasta este momento, pero ¡qué aire más limpio!
Parece que imbuye vida incluso a las rocas… Con el corazón ligero por primera
vez desde que recuerda, se relaja y cierra los ojos durante un minuto. Poco a
poco, comienza a oler. Después, a escuchar. Abre los ojos, y por fin observa.
Un
chico menudito, no muy mayor, de pelo castaño rojizo largo, se encuentra
delante del tronco, del musgo y del anciano. Cantaba una canción entre dientes
mientras fijaba su curiosa mirada en el peregrino. “¿Qué es lo que cantas,
muchacho?”, pregunta el viejo caminante. “Una canción sobre esta tierra. Y
usted, ¿qué es lo que busca?” Intrigado por una pregunta tan amplia, profunda y
parca, el anciano respira hondo y espera unos segundos, cavilando la respuesta.
“Mis recuerdos y un lugar donde vivir y poder ser de utilidad”, dice con
tristeza y desesperanza. “¿Acaso no recuerda más allá de este momento?”,
pregunta otra vez el niño. “¿Cómo dices? Sí, claro, pero…” “Entonces, ya tiene
recuerdos. ¿Y qué lugares recuerda en sus recuerdos?” Sorprendido otra vez por
la contestación del muchacho, el anciano peregrino tarda en entender la segunda
pregunta. “Pues… Los pueblos del Camino y este bosque. En los pueblos ya nadie
me necesita, y en este bosque no hay nadie ni nada...” Antes de que termine la
frase, el niño sonríe con sabiduría y corta los pensamientos del hombre: “¿Está
seguro?”
Y en un abrir y
cerrar de ojos, como si sólo hubiera sido una ilusión, el niño ya no está.
El anciano no
entiende nada de lo que ha pasado. Quizá el bosque sí esté encantado, después
de todo… Lentamente, su cansada mente empieza a recapacitar sobre la extraña
conversación. “No era un niño normal quien ha hablado conmigo, eso está claro.
Sus palabras eran demasiado sabias, por no mencionar el hecho de que
desaparece… Pero no creo que me quisiera mal, porque me ha dado una respuesta,
o eso creo, a mi gran problema. Pero, ¿qué ha querido decir?” Y mientras piensa
en esto, poco a poco se va haciendo un camino frente a él. El curioso caminante
vuelve a ponerse en marcha y recorre el sendero, sabiendo que es una señal. Al
final de él, una casita de piedra, no muy grande para una familia pero bastante
amplia para una sola persona, espera a un dueño que nunca volvió. El claro a su
alrededor está descuidado, el musgo comienza a trepar por las paredes, las
ventanas están tan sucias que no se ve nada a través… Con cautela da unos
golpecitos a la puerta, y al ver que no hay respuesta decide entrar al lugar.
Con un trozo de su desgastada capa de viaje limpia un huequecito del cristal de
las ventanas para que entre la luz de la mañana para poder ver su interior:
libros que por alguna razón sí es capaz de leer se apilan en la mesa central y
en las estanterías, y diversos tarros se esparcen por toda la superficie
(incluyendo, claro está, el polvoriento suelo). Ojeando los libros se da cuenta
de que algunos son recetas de curas, ungüentos y remedios, mientras que otros
son historias de leyendas y mitos de muchas culturas. Finalmente, cuando se
dirige hacia la mesa se da cuenta de una pequeña carta escrita con letra
temblorosa. “Esta casa perteneció a otros antes que a mí. Quién sabe cuántos
años lleva aquí… A los seres feéricos les encantan los cuentos, siempre ha sido
así. Los lugareños necesitan curanderos, siempre será así. Cuida, nuevo dueño,
de esta casa, y recuerda que no estás solo. El viaje nunca termina.”
El bosque
despierta lentamente. Por fin, tras muchos años sin un guardián, leyendas y
seres mitológicos danzan alegremente para celebrar la llegada del nuevo druida.
Por toda la floresta se escucha una canción… Hai un paraíso nos confíns da
terra…
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