viernes, 27 de julio de 2012

Beatriz Requejo (1994).



Beatriz Requejo nació en Ávila el 22 de agosto de 1994. Empezó a escribir textos hace algunos meses, cuando le regalaron un libro c Gustavo on cuentos de Edgar Allan Poe, su autor favorito. Su primer ídolo literario fue Gustavo Adolfo Bécquer, y ambos le sirven de inspiración.  Escribe un blog: http://atramentisuspiria.blogspot.com.es/

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La Dama Gris
 Era una noche en la que la Luna se alzaba en el cielo en su máximo esplendor, con el más glorioso de sus brillos, en la más absoluta de sus redondeces. Una noche en la que las criaturas de la misma, levantaban su voz y gritaban estridentemente sobre su llegada. Era una noche idónea para los no nacidos bajo la luz del astro rey que, escondidos entre las sombras, guardaban pacientemente un firmamento como este para proclamarse dueños y señores del mundo. Y yo, asomando mi curiosa mirada por los ventanales de mi humilde morada, de nuevo la vuelvo a ver, a ella, con sus pupilas cristalinas, producto del quejumbroso llanto fruto de la amargura, funesta y desesperanzadora soledad que la causa el no poder encontrarle. Camina solemnemente con paso elegante, mostrando su pálido y demacrado cuerpo cual majestuoso pavo real muestra con orgullo su magnífico plumaje. Ella, que se hunde en el más terrible dolor, agonizando en silencio por su locura, ahogando sus sollozos en lo más profundo de su alma, que es apuñalada una y otra vez por la daga de la ira, de la rabia, de la cólera que, ocasionada por la tortura de no poder volver a sentirle de nuevo, la quema y la destruye por completo. Ella, que sin nombre reconocido por las gentes de este pequeño pueblo, ya es afamada por el sobrenombre de "La Dama Gris"

          Hace unos meses encontrábame yo, deambulando casi al caer las noche por las calles próximas al cementerio, sin ningún rumbo definido, cuando la vi por vez primera. A ella, la cual paseaba en sentido contrario al mío, absorta en sus pensamientos, con la mirada vacía. Ataviada con un hermoso vestido de similar color al de una azucena marchita que, raído por los años, ahora era color grisáceo, parecido al de las piedras mojadas de un riachuelo que emergen de este y hacen golpear y salpicar las pequeñas gotas de agua creando bellos arcoiris de luz áurea. Parecía no tener rumbo alguno también, parecía que solo paseaba para exhibir su radiante belleza y encanto singular del que solo un ángel podría presumir. Me detuve abstraído ante tal criatura, mi corazón se detuvo cuando pasó a mi lado, pude sentir como un mechón de su cabello azabache acariciaba dulcemente mi rostro y cerré los párpados extasiado ante tan gesto. Su aroma era algo sublime. Un aroma que aunaba el perfume de las gardenias recién salidas de sus crisálidas de pétalos blanquecinos y el pasto mojado de las montañas de Castilla. Seguí contemplándola hasta que desapareció de mis ojos en un banco de niebla diáfana, justo a la entrada del cementerio.
Disponíame yo a avolver a mi residencia cuando escuché voces que se asomaban en mis oídos al igual que un suave tintineo de cascabeles, lo suficientemente bajo como para ser un susurro, pero lo suficientemente alto como para ser recogido por otros oídos inquietos como los míos.

          "Pues fíjese usted que aquella joven que se aleja por el camino, vestida en polvorientos y sucios harapos, viene todas las noches por aquí. Ninguna falta. Se la dice "La Dama Gris". Yo la he visto sentarse bajo el sauce ese plantado entre el tumulto de cipreses, llorándole por el recuerdo de, creo yo, algún amante suyo. ¡Pero calle! Que no queda ahí el busilis de la cosa. Se dice que esta joven escucha voces entre las ramas del sauce, que espera la voz de su amante, que solo una vez la susurró su nombre y desde ese momento cayó enamorada de ese canto inexistente. ¡Que se lleve el diablo a esta loca! ¡Que no es hija de Dios ni en su casa la estiman! Pero vámonos vecina, que la noche se acerca y a estas horas la gente que queda en la calle no está en su sano juicio"

          Perplejo volví a mi hogar, con aquella terrorífica historia zumbandome en los oídos, retumbando en mi mente pues, ¿cómo un ángel enviado por nuestro Señor podía ser hija del diablo? Sin creerme ni una sola palabra de tal leyenda, corrí persiguiendo a mi musa hasta encontrarla. Ella estaba arrodillada frente al sauce, anteriormente mencionado en aquellas vocas maliciosas y llenas de envidia y de maldad, acariciaba las hojas del magnífico árbol con tanta fuerza y brutalidad que, las pequeñas ramitas del mismo, rasguñaron las palmas de mi ángel, tornando su color de mármol a uno carmesí. Las gotas cayeron sobre unas insignificantes rosas de papel que se encontraban al pie del sauce y que, de repente, parecían llorar sangre.
Ella lloraba desconsolada, pidiendo con gran clamor y algarabía, por una voz... Pedía por un susurro de aquella voz entre las hojas del sauce, un suave canto que pronunciara su nombre una vez más, un leve sonido de aquella voz le bastaba a mi bondadoso ángel para ser feliz, pero no lo hayó y lloró aún más fuerte. Y yo me fui de aquel lugar. Consternado porque las alas de mi ángel ya no eran blancas, sino grises, oscuras, de una tonalidad sombría, apagada, tenebrosa, lúgubre...

          Desde aquella noche ya no salgo de mi casa, tan solo la observo a ella por la ventana cuando se acerca caminando por el sendero de piedra hasta el cementerio., miro como llora desconsolada hasa que cuando los rayos de Sol amenazan con salir, hacen huír a mi amada. Esta noche no iba a ser menos. Una noche con una magnífica Luna blanca, como la pálida piel de mi amada, en la que las criaturas de la misma levantaban su voz y gritaban estridentemente sobre su llegada, como la voz que atormenta a mi musa. Pero una noche distinta, peculiar a las demás por el hecho de que esta noche es una noche blanca. Los copos de nieve caen sin cesar y el frío se hace hoy más presente que en el resto de los días. Un frío tan helador que se adentra en los huesos y hace daño. Y mi sombría mirada se halla junto a la ventana. De nuevo la veo pasar, no hay noche que falte el movimiento de su carcomido vestido de color gris, y no hay noche en la que no desee poder abrazar ese vestido con mis propias manos y sentirla a ella. Se acerca al sauce, pero esta vez ocurre algo inesperado, en su rostro, una sonrisa. Una bellísima sonrisa, sus dientes son como perlas que se ocultaban en el fondo del océano más remoto y solitario. Sus ojos rebosan lágrimas, pero esta vez son lágrimas de júbilo, de alegría, de felicidad. Ella apoya su espalda contra el tronco del árbol, su piel pálida ahora tiene una tonalidad algo azulada. Sus labios de cereza ahora son del color de las violetas, ella tiembla. Sus finos brazos, descubiertos, se agarrotan sobre su pecho, sus pupilas se vuelven fijas, sobre su frente se presentan sudores y finalmente cierra sus párpados.

Al fin lo entiendo. Escuchó a su voz amante por última vez, su temblor era debido a la excitación que sentía al tener a su amado tan cerca, mantenía sus pupilas fijas porque estaban absortas en el hermoso rostro de su amado, su frente estaba húmeda debido al ardor de verle tan próximo a ella, y sus párpados se cierran al recibir el primer y último beso de su amado. ¡Oh, Muerte divina! ¡Príncipe de la oscuridad que recoges las almas de aquellos de quienes te encaprichas! ¿Por qué te tuviste que llevar a un ángel tan bello? Con un solo susurro en el viento puedes llegar a turbar el alma de cualquier joven y hacer que te anhele con el más profundo de sus deseos.
Pues llévate mi alma también, ahora vacía. Sin lo más preciado que yo poseía, mi amado ángel ya no se encuentra en este mundo, porque ahora está contigo y no puedo admirarle más. Viajaré hasta tu mundo tenebroso, para poder seguir deleitándome con la belleza de mi joven y pobre Dama Gris a la que amaré por siempre en secreto
y entre las sombras.

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